Así de bonito lo cuenta Óscar Lobato en el prólogo que escribió para Una última cuestión.
Recordad que podéis comprar cualquier libro de Cazador de Ratas en la tienda.
Una
novela negra es más que un libro. Contiene
una puerta al otro lado del espejo, un pasadizo a lado sombrío de la vida.
Más allá del mero entretenimiento
intelectual, una buena novela negra abriga en sus entrañas una furiosa mirada a
la existencia, esa rabia callada que denuncia y se convierte en una estocada a
las entrañas de un mundo complaciente.
Por eso resulta difícil escribir buenas
novelas negras. Tanto que los eruditos siguen discutiendo, aún hoy, cuáles sean
sus requisitos, sus cánones y sus antecedentes. Un afán estéril pues toda buena
literatura destila siempre esencias de novela negra.
Bastaría sólo con examinar a esa
Clitemnestra, presta a asesinar a un
marido adúltero y que dio muerte a una hija en común. (Un fulano, por cierto, que
se llamaba Agamenón y eso constituía por sí sólo motivo bastante para
convertirlo en fiambre). Fluye tanta esencia negra por los clásicos, como en
las páginas de “Los crímenes de la Rue Morgue”.
Cuando “Una última cuestión” caiga
entre sus manos, acaso experimente el lector una sacudida visceral. Se debe
tanto al buen hacer como a la “trayectoria criminal” de Carmen Moreno, cuyas andanzas
literarias le ha deparado ya sobrado reconocimiento y mérito, tanto en poesía
como en prosa.
Moreno
— ¡maldita sea!— pinta magistralmente en las páginas de este libro una
aguada de claroscuros: el paisaje diluido y preciso de un buen fondo impresionista,
el aroma de un barrio de gran ciudad que conoció tiempos mejores.
Ese panorama ella lo retrata con pinceladas
rápidas y precisas pues, a la postre, es sólo el escenario adecuado de una
balada enigmática. Pero sabe mostrarlo con la precisa maestría que sólo da el
conocimiento de mucha y abundante literatura del género. Y ese entorno presta
al lector, al visitante de esta historia,
los olores, sonidos y la memoria del enclave, sin olvidar que se trata
de un artificio de acogida. Un soporte para la intrigante parada de criaturas,
que desfila por los párrafos de la obra.
El gran regalo de Carmen Moreno es, sin
embargo, su protagonista. Un personaje fascinante, duro y, a la par, entrañable
de puro cotidiano.
Verónica Lago se nos desvela como una de esas criaturas
forzada a batirse, cada mañana con una realidad agitada Uno de tantos seres a
quienes el FMI, el BCE, el Míbor y……………………………………… (escriba sobre la línea
punteada el nombre de sus cabrones favoritos); han abocado a la sorda batalla
de lo cotidiano. Lago es una de nosotros, uno de los nuestros.
La autora consigue este perfil con
profundo conocimiento del género, donde asoman, como trampantojos, breves
reverencias a los grandes. Pero su enorme acierto ha sido en mejorar y afinar
lo aprendido, diseñando a un personaje de hondo calado.
El sólido oficio de la escritora evita
la recurrencia de esta su creación y, aun así, puede intuirse en ella el aura y
el ánima de todos los pesos pesados del género; desde Agatha Cristhie a Sue
Grafton; desde Trevanian y Dashiel Hammett, a Edgard Allan Poe y Giorgio
Scerbanenco.
Carmen Moreno fabula, concibe y
engendra a una heroína tan sólida como mitológica. Un guerrero que desafía a
los muros de la ciudad rival, blandiendo el astil de una fregona y con el logo
de los Rolling Stone sobre su coraza de felpa.
Verónica Lago, mujer corriente y, a un
tiempo, seductora irresistible, se enfrenta a sus fantasmas propios y a los
enigmas de un asesinato real. Unos desafíos que afronta transitando un mar de
intriga, poblado por sospechosos variopintos, sin más respaldo que el de
escuderos cansados, modestos o chuscos, y aliados brutalmente duros.
“Una última cuestión” resulta algo más
que un sólido juguete literario. Sus páginas preludian el inicio de una de esas
sagas, que los lectores ansían.
Las buenas, las grandes novelas negras,
deben ser pasadizos a una realidad paralela. Y un prólogo, un breve escalón de
entrada que, con frecuencia, se agradece corto.
ÓSCAR LOBATO
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