Apuntes sobre El efecto Transilvania de J. R.
Biedma.
José Manuel Jaén Bernuz
A grito de “nos cazarán como a ratas”,
los lectores de los géneros más oscuros de la actual novela española se muerden
las uñas en sus rincones de lectura favoritos para recibir la que puede ser,
sin menosprecio de autores precedentes, la primera gran novela que, en este
caso, reedita Cazador de Ratas, la inmensa El
efecto Transilvania de J. R. Biedma. El autor sevillano no ha querido que
una de sus obras cumbre caiga en el olvido, y regresa a formato papel de la
mano de la emergente editorial gaditana.
Retomando
de nuevo las palabras del propio Biedma, El
efecto Transilvania recrea, en una Sevilla casi retrofuturista, una atmósfera “irrespirable como una pesadilla
dentro de otra pesadilla”, una pesadilla que viven Eme y sus cuatro
inseparables compañeros de colegio, cinco adolescentes —reviviscencia quizás,
de la famosa saga de Enid Blyton, Los
Cinco—. No obstante, cuando hablamos de retrofuturismo,
no lo hacemos desde el punto de vista genérico, puesto que, en rigor, El efecto Transilvania no se define
dentro de este género sino que amalgama rasgos que la convierten en un híbrido
de novela de aventuras, fantástica, negra y de terror. Como tal, esta obra,
primera del díptico que conforma junto a El
humo en la botella, desarrolla conceptos y desgrana imágenes atrevidas,
difícilmente clasificables, y, sobre todo, muy personales.
Sevilla,
1994, sobre el telón de fondo de un ambiente crepuscular y opresivo que Biedma
despliega sobre la ciudad, sus habitantes y sus protagonistas se cierne la
sombra de la duda, el miedo, el desasosiego ante una realidad donde la
normalidad, por defecto, se convierte en algo extraño. Sin ánimo de profundizar
en detalles que pudieran desvelar al lector las claves de El efecto Transilvania, Biedma pone en juego una serie de temas que
se precipitan desde y hacia los abismos más insondables de la mente humana. Los
paisajes del extrarradio, así como la dura arquitectura de un inédito centro hispalense
que se va tiñendo de indigenismo prehispánico, impregnado de un halo
fantástico, forman un universo que se consume en la miseria, la oscuridad, la
contaminación, el abandono, y la ruina material y moral de una ciudad, como la
califica el narrador, muerta.
El
cripticismo con el que Biedma organiza y dosifica la información en la
narración alimenta aún más la sensación de angustia y capta desde el inicio la
atención del lector y su ansia por atar los cabos que el autor ondea al viento
como cometas negras. Los párrafos se suceden con una aparente facilidad, que
más bien habría que calificar de agilidad, propia de una técnica narrativa
depurada. No hay conclusiones ex abrupto sino vaguedades que van tomando cuerpo
poco a poco con la interacción natural de personajes y entorno. Y, en muchos
aspectos, sorprende Biedma con un estilo negro digno de grandes como Paul
Auster o Neil Gaiman, y una poética de la decadencia a la altura de clásicos
del género gráfico como James O’Barr o Frank Miller.
El efecto Transilvania, título cuyo
significado tampoco vamos a descifrar aquí para permitir a los no iniciados en
la narrativa de J. R. Biedma un acercamiento virgen a este volumen, supuso la
consolidación de un peso pesado de nuestra literatura, y volverá, sin duda, a
despertar sensaciones intensas en los lectores que se acerquen de nuevo a sus
páginas, impresas por Cazador de Ratas para no dejar en el olvido esta obra
imprescindible en la novela negra-fantástica.